CAPÍTULO 15
DEL TBO A LA
BIBLIOTECA
Otra de las características principales de los
niños de la posguerra, en los que la infancia y adolescencia transcurrió en los
años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, fue la afición a la lectura. Lo
mucho que, por lo general, leímos. Sin duda alguna que en esto influyó mucho la
ausencia de alternativas para el tiempo de ocio en las casas. La radio no
atraía demasiado a los niños. Pero las razones clave fueron otras. Nuestros
padres y profesores solían fomentar el hábito por la lectura. Y las costumbres
imperantes de la época hacían el resto.
La mayoría de los niños nos iniciamos leyendo
cuentos. Fue una época de especial proliferación de publicaciones infantiles de
todo tipo. Salieron al mercado muchas y de gran interés para niños y niñas. Eso
sí, había una clara diferencia entre ambos sexos, aunque ésta con frecuencia
era más teórica que real. Había cuentos distintos en su contenido para chicos y
para chicas. Pero eran válidas para ambos sexos una gran mayoría de los tebeos.
Así denominábamos a los cuentos, a partir del nombre de uno de los más
populares, el TBO. Aparte de estos, los niños nos inclinábamos por aventuras de
todo tipo, incluidas guerras y batallas. Las niñas disponían de una amplia
colección de cuentos de hadas, príncipes y princesas y aventuras amorosas. Pero
como se dijo antes, estas lecturas se intercambiaban, con frecuencia, en
especial en hogares en que había hijos de ambos sexos. La niña leía los cuentos
de su hermano y éste ojeaba los de la niña.
No me importa reconocer que pasé muchas horas
de infancia leyendo cuentos. Tan pronto como mis padres los compraban, los
devoraba. Los leía varias veces sentado en una silla, con las piernas cruzadas
o en la cama al despertarme. Mi avidez no tenía límites para leer estas
publicaciones, aunque caían en mis manos con cuentagotas. Las economías
familiares no estaban para excesos de ningún tipo. Pero esas lecturas, además
de divertirme, crearon en mí y en muchos niños y niñas de mi generación una
afición a la lectura que se continuaría, más tarde, con toda clase de libros y
muchas horas de bibliotecas. El niño requiere estímulos para leer y estas
lecturas mejoran muchas de sus capacidades, al tiempo que le divierten. Y nunca
se puede pensar que estorban a las horas de estudio. Hay tiempo para todo y
estas lecturas son un descanso mental y psíquico.
Al destacar las principales publicaciones
infantiles, he de reconocer que vienen tantas a mi memoria que no sabría
resumir las más valiosas. Casi todas ellas tenían algo especial. Unas ofrecían
humor a raudales que nos hacía reír sin pausa. Otras eran tan emocionantes y
narraban tantas aventuras que era imposible dejarlas sin terminar y sin llegar
al final de la historia. Así que trataré de enumerar todas aquellas que vienen
ahora a mi mente.
Me permito citar en primer lugar al Pulgarcito.
Fue, sin duda, el más leído y saboreado por mí en mi niñez. Cada página era
un río de carcajadas que se desbordaba en el rincón de mi casa en que los leía.
Y en medio, aquellas páginas de los inventos extraordinarios plasmados en
complicados dibujos bien explicados. Creo se titulaba esas páginas ¿Qué
sabe usted? Y junto a estos algunos pasatiempos. De estas páginas que
trataban de ofrecer algo más cultural recuerdo unos comentarios sobre el plexigras
y los primeros plásticos que aparecieron en el mercado. Se vaticinaba, allá en
el final de la década de los cuarenta, una humanidad invadida por esos nuevos
materiales, los plásticos, que indestructibles inundarían toda la tierra. De
ahí su maldad medioambiental, aunque este término no se utilizaba entonces.
Pero aparte de esto, el Pulgarcito ofrecía páginas inolvidables como las de Carpanta,
siempre muerto de hambre y soñando con comerse un jamón. El repórter Tribulete que en
todas partes se mete era otro inolvidable, con sus crónicas para el
periódico y sus eternas tribulaciones ¿Y qué decir de Las hermanas Gilda, Gordito
relleno, Doña Urraca, Zipi y Zape, el loco Carioco, Petra criada para todo, el
botones Sacarino, Don Pio o la familia Cebolleta? Extraordinarias
historias cómicas dirigidas al público infantil, pero que también leían con
agrado nuestros padres.
En el tipo de cuentos de aventuras, guerras y
batallas había una gran variedad. La influencia de los EEUU de América era muy
grande y se reflejaba en muchos de estos tebeos. Es el caso, por ejemplo, de Aventuras
del FBI que, al margen de esa circunstancia, eran muy leídos y gustaban
mucho a la
chiquillería. Pedrito Alcázar y Pedrín venían a ser una réplica, a la española, de esas aventuras de los americanos. Posiblemente hayan sido estas aventuras de Pedrito Alcázar y Pedrín las preferidas por la mayoría de los niños de mi época. Era mucha la imaginación de sus autores y fomentaban el desarrollo, igualmente, de nuestras propias mentes. El Jabato, El Capitán Trueno, El Cachorro, El Guerrero del Antifaz, Pantera Negra, Diego Valor, El llanero solitario, Hazañas bélicas, Flash Gordon, El Zorro y Rin-tin-tin eran otras opciones también de mucho éxito. También, aunque muy diferentes, El club de los cinco, Bengala, El Aguilucho y Flecha Roja. En los años cuarenta, tras el final de la guerra española, tuvieron cierta difusión Flechas y Pelayos y Chicos. Se trataba de unos cuentos de aventuras editados y promovidos por Falange Española.
Fueron fruto del trabajo y el buen hacer de toda una serie de artistas de buen nivel que dibujaban las viñetas de esas publicaciones. Por citar a algunos de esos autores gráficos, señalamos a Jorge Escobar, Vázquez, Ibáñez, Segura, Nené Estivill, Luis Bermejo, Josep Coll, Alfons Figueras, Eduardo Vaño, Manuel Gago, Mallorquí, Mora y Andrés. En las publicaciones de niñas, Pilar Blasco, María Pascual y Gómez Esteban.
chiquillería. Pedrito Alcázar y Pedrín venían a ser una réplica, a la española, de esas aventuras de los americanos. Posiblemente hayan sido estas aventuras de Pedrito Alcázar y Pedrín las preferidas por la mayoría de los niños de mi época. Era mucha la imaginación de sus autores y fomentaban el desarrollo, igualmente, de nuestras propias mentes. El Jabato, El Capitán Trueno, El Cachorro, El Guerrero del Antifaz, Pantera Negra, Diego Valor, El llanero solitario, Hazañas bélicas, Flash Gordon, El Zorro y Rin-tin-tin eran otras opciones también de mucho éxito. También, aunque muy diferentes, El club de los cinco, Bengala, El Aguilucho y Flecha Roja. En los años cuarenta, tras el final de la guerra española, tuvieron cierta difusión Flechas y Pelayos y Chicos. Se trataba de unos cuentos de aventuras editados y promovidos por Falange Española.
Fueron fruto del trabajo y el buen hacer de toda una serie de artistas de buen nivel que dibujaban las viñetas de esas publicaciones. Por citar a algunos de esos autores gráficos, señalamos a Jorge Escobar, Vázquez, Ibáñez, Segura, Nené Estivill, Luis Bermejo, Josep Coll, Alfons Figueras, Eduardo Vaño, Manuel Gago, Mallorquí, Mora y Andrés. En las publicaciones de niñas, Pilar Blasco, María Pascual y Gómez Esteban.
Toda esa cantidad de horas de lecturas de
estas publicaciones infantiles propició, al avanzar en edad, continuar leyendo
otras cosas. Muchos pasamos ya a leer libros a partir de los 9 ó 10 años, más o
menos, simultaneados todavía con los tebeos. De una parte, en todos los
colegios se indicaban diversos libros para su lectura en casa o en clase. De
otra, nuestros padres compraban algunos, pero con mayor frecuencia traían de
las bibliotecas públicas otros para la lectura de los hijos. Cada uno de
nosotros tuvo su propia trayectoria. La mía, por si sirve de ejemplo, partió de
obras de autores tales como Julio Verne, Emilio Salgari, Mark Twein,
Mayne Red, R.L. Stevenson, Rudyard Kipling,
Edgar Allan Poe, junto a otras obras como Robinsón Crusoe, El Robinsón
Suizo, La Isla del Tesoro, Corazón y hasta el Amadís de Gaula y Las mil y una
noches. En edad algo más avanzada, sobre catorce a dieciséis años,
muchos niños se fueron aficionando a la lectura de novelas populares del oeste
o a otras de relatos bélicos. La lectura de estas novelas, entre las que se
llevaban la palma las de Marcial
Lafuente Estefanía, constituyeron una auténtica fiebre nacional, extendida
entre jóvenes y adultos por todas partes. Las chicas leían otras de historias
amorosas salidas, en su mayor parte, de la pluma de Corin Tellado. No era literatura e, incluso, algunas de ellas no
enteramente apropiadas para jóvenes lectores, aunque fomentaban el afán de
lectura que, más tarde se encauzaba hacia otras obras y, en muchos casos, hacia
las bibliotecas públicas.
Ya en años de bachillerato y, por lo general en las clases de literatura, fue frecuente el indicarnos una serie de lecturas, obligatorias o voluntarias, que debíamos leer. Los clásicos españoles, con Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Quevedo, Góngora, Garcilaso y Zorrilla a la cabeza, para llegar hasta la Generación del 27 con algunas obras de Guillén, Salinas, Alberti, García-Lorca, Alexaindre y otros. Se cerraba así un largo y, para muchos, extenso circuito de lecturas que habían arrancado, años antes, con los tebeos antes mencionados.
Y ya en los años setenta, las lecturas infantiles de nuestros hijos. Entre ellas, Mortadelo y Filemón hacían furor, junto a clásicos como Pato Donald y sus compañeros de comic. En los colegios les recomendaban la lectura de libros novedosos para nosotros, los padres.
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