viernes, 4 de octubre de 2013

CAPÍTULO 25
LA RADIO, ENTRAÑABLE COMPAÑERA

Decir que la radio lo fue todo para los españoles que, recién salidos de la guerra civil, caminamos a través de los años cuarenta, para atravesar los cincuenta y los sesenta en su compañía, no es descubrir ningún secreto. La radio fue, en esos años, la eterna acompañante de noches y días de muchos de nosotros.

Siempre me fascinó el mundo de la radio. Siendo muy niño pasé muchos ratos junto a un enorme aparato de madera.  Era una caja totalmente asimétrica. Por un lado cúbica y por otro cilíndrica. Un gran cristal en su parte frontal y una amplia y pobre cortinilla de tela color burdeos en un lateral. Me intrigaba mucho cómo era posible oír aquellas voces. ¿De dónde procedían? ¿Quién las pronunciaba? A mi abuela, con sus muchos años a cuestas, le ocurría lo mismo. Por otro lado, era pura fantasía ir moviendo la ruedecilla que desplazaba la gran aguja o barrita del dial, mientras se escuchaban las voces o la música en español, francés, inglés, italiano, árabe o alemán. Su alcance era muy grande. Y hasta era posible disfrutar de la radio con un simple aparato de galena.



Aquel primer modelo de radio que conocí, porque era el que había en mi casa, llevaba en sus diales escritos los nombres de muchas ciudades de España y de otros países de Europa, África y América. Y no era ficción, se escuchaban esas emisoras. Aparte de las españolas, en mi casa se ponía en ocasiones Radio París, la BBC de Londres, La Voz de América o de los Estados Unidos de América, Radio España Independiente, Radio Moscú y algunas otras. En aquel prehistórico aparato se podían oír fácilmente y con buen sonido emisoras árabes de Marruecos, Argelia o Túnez.



Esta afición, casi una pasión ya, por escuchar la radio me llevó a hacer hacia 1960 un curso de técnico de radio que era popular en España por esas fechas. Se llamaba Curso de Radio Maymo. Se hacía a distancia y por entregas. El abundante material y las lecciones explicativas llegaban cada quince días por paquete postal. El primer aparato que se hacía era el de galena. Era toda una sorpresa que aquella piedra tocada por una aguja, con unos cascos-auriculares y un cable unido al somier metálico de una cama y otro a la tubería del agua, permitiese escuchar una emisora local con toda nitidez.  Después multitud de aparatos  de radio con válvulas electrónicas fueron aumentando el número de emisoras audibles y la calidad y potencia de su sonido. Hasta pudimos construir una pequeña emisora de radio de pequeño alcance y comprobar que a cierta distancia de la casa se podía oír perfectamente con un transistor.


Los boletines de noticias y la música eran los principales atractivos de la radio en los cuarenta en las emisoras españolas. Ya en los cincuenta, la música, los deportes y los programas dramáticos y de humor se fueron añadiendo a los intereses de los radioyentes. Todo era cuestión de ir recorriendo la onda larga, la media o la corta. En aquel tosco aparato que tuvimos hasta 1954 o 1955, se podía escuchar, también, la onda pesquera. A través de ésta, los pesqueros que faenaban por la  zona se comunicaban entre sí y con los puertos, emitiendo divertidos diálogos en los que solían intentar engañar a los demás acerca de los bancos de pesca, ocultando el lugar en el que habían encontrado un buen filón de peces.

Más tarde, a partir de la fecha antes señalada y al igual que otros muchos españoles, dispusimos de aparatos de radio más modernos. Así un Philips de aquellos del mejores no hay o un Telefunken. Éste último era un modelo que tuvieron miles de hogares españoles. Se trataba de un aparato de dimensiones ya más reducidas y línea de buena estética. Su alcance era grande y sus lámparas le otorgaban una buena potencia y gran pureza de sonido. Después, el mercado nos fue inundando de otros revolucionarios aparatos: los transistores. Este componente electrónico – el transistor – que relegó rápidamente al olvido las viejas y eficaces lámparas electrónicas, dio nombre a esos nuevos aparatos radiofónicos. Eran más reducidos y, además, portátiles, lo que los convirtió en compañeros inseparables de jóvenes y adultos. Así, nos acompañaban a todas partes. Se llevaban al trabajo, en donde en la mesa de la oficina o colgados en cualquier punto del taller de la fábrica, alegraban las horas llenándolas de música y noticias. Se llevaban a las excursiones. Las playas, en los sesenta, acabaron tan abarrotadas de transistores, en manos de aquel público incipientemente consumista, que se tornaron, en cierto modo, insoportables.

En los pueblos, tal como sucedía en el que viví en los años cincuenta, la radio fue acompañante obligada. Era la alternativa y el complemento del cine. En las largas noches de otoño e invierno, las cocinas de nuestras casas eran el mejor cobijo para huir del frío ambiental. Y eran, por eso, el sitio adecuado para colocar la radio y escucharla. Mientras afuera parecía venirse abajo el mundo, entre violentos aguaceros, vientos y alguna que otra fuerte granizada, Radio Madrid, La Voz de Madrid, Radio Intercontinental, Radio Nacional de España o alguna emisora de la Cadena Azul nos permitían conocer qué sucedía en el mundo circundante y cuál era la canción de última moda. Los deportes, con los domingos futboleros del Carrusel Deportivo  y la voz de Vicente Marco nos mantenían informados de los resultados de todos los partidos de primera y segunda división, la marcha del boleto de las apuestas deportivas – la popular quiniela -  con la ilusión de alcanzar los catorce aciertos.

Entre las mil peculiaridades de la radio de la época, podríamos citar los seriales radiofónicos y los discos dedicados. Los seriales, entre cuyos protagonistas destacaban, entre otros, nombres como Guillermo Sautier Casaseca, Matilde Conesa, Joaquín Peláez,  Carmen Mendoza, Pedro Pablo Ayuso, Juana Ginzo y Matilde Vilariño, eran largas novelas por entregas, interpretadas con las voces de esos y otros actores, que atraían a una parte importante de la audiencia nacional. Julio Varela solía actuar de narrador.  Las que se emitían a media mañana y las de la sobremesa reunían, en torno a la radio, a la mayor parte de las amas de casa del país y no pocos hombres. El nudo en la garganta y las lágrimas eran consecuencia diaria de las historias de amores y desamores, de desagradecimientos y ruindades, de las andanzas de los buenos y los malos del serial de turno. Uno de los primeros fue Lo que nunca muere con Guillermo Sautier Casaseca y Luisa Alberca. En los sesenta, fue particularmente vivido en toda España aquel que llevó por título Ama Rosa. Los estudiantes tuvimos con esta obra materia más que suficiente para bromas y escarnios y decoramos con alegorías al respecto nuestros Pasos del Ecuador.

Los espacios de discos dedicados eran otra costumbre pintoresca de la época. Consistían simplemente en la sucesiva audición de discos, teóricamente elegidos por los oyentes y dedicados a familiares o seres queridos. Sucedía esto, por lo general, en días señalados para los interesados. En realidad, eran una serie de largas e interminables relaciones de nombres y dedicatorias y de tarde en tarde un disco. Con mucha frecuencia, éste era de música española, es decir de copla y flamenco que era lo que en los cincuenta se llevaba entre una parte del público del país. Así, la cantinela de para Mari Pili, en el día de su cumpleaños, de su primita Loly; para las hermanitas Luisa y Manolita, de sus abuelos Genaro y Pepa; para la chica más guapa de León, Inesita, de un chico que la quiere bien; para Juan en el día de su santo... para Matilde de su esposo... para Lolita, Encarna, Paquita y Pili de unos admiradores de su pueblo... para... para... en... en... Así, durante un cuarto de hora, para terminar poniendo una copla de Juanita Reina o una canción de Antonio Molina y vuelta a empezar.

Una variante de esto, pero con más música y pocas dedicatorias eran los de Club de Oyentes de algunas emisoras. En 1958 pertenecí al que tenía en marcha La Voz de Madrid. Entre otras posibilidades, los socios del mismo, podíamos solicitar en el programa del Club alguna canción o melodía. Así se confeccionaba ese espacio musical en base a las sugerencias de sus miembros del Club. No recuerdo si se citaba o no al interesado, pero me daba por satisfecho con que pusieran esos discos solicitados.

Hubo algunos programas que, por su calidad o por el entretenimiento que proporcionaban, se hicieron muy populares e inolvidables a la vuelta de los años. Sin tratar de ser exhaustivos ni nombrar a los mejores, recordaría sin orden de prioridades alguno a Matilde, Perico y Periquín con la voz de Pedro Pablo Ayuso, la Saga de los Porretas, Pepe Iglesias el Zorro en la SER,  con su famoso Hotel de la sola cama y el titulado Ustedes son formidables, de Alberto Oliveras. Se podían escuchar, también, los programas religiosos del Padre Venancio Marcos, los domingos, en cuya careta de presentación siempre escuchábamos aquellas palabras evangélicas de Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Las crónicas del Tour de Francia, en el que nuestros ciclistas solían destacar, emitidas por Radio París,  eran muy seguidas. Allí supimos de las andanzas de Federico Martín Bahamontes  y su eterno rival hispano, Jesús Loroño, de los ídolos franceses Louisson Bobet y Jacques Anquetil o del campeón luxemburgués Charly Gaul. Los comentarios políticos de la BBC de Londres o Radio París eran una muestra de la riqueza de la radio de los cincuenta e inicios de los sesenta. Y de su poder de atracción de la audiencia. Tuvo, igualmente, mucho seguimiento el boxeo a partir del triunfo de Fred Galiana al alcanzar la corona de Europa de los pesos ligeros.

Pero hay que destacar, por encima de todo, el papel jugado en la vida de los españoles de la época por el Parte. Se denominaba Diario hablado de Radio Nacional de España, más conocido por los españoles como el Parte. El nombre le venía de sus inicios, durante la guerra civil española, en que se emitía un parte diario de las operaciones bélicas. Fue continuado, después, tras el final de la contienda, reconvertido en lo que actualmente se denominaría un informativo. Comenzaba con unas señales acústicas que avisaban de su inminente inicio, a las dos y media de la tarde y a las diez de la noche. Una música de sintonía, la misma durante todos esos años, abría el programa. Eran noticias de España y del mundo. Pero al ser un programa totalmente controlado por el sistema político vigente – el franquismo – las noticias tenían un sesgo importante. Sobre todo en su selección y en sus matices. En las del resto del mundo, menos frecuentes entonces que ahora, se distinguía en cada momento quienes eran los de un lado y quienes los del otro, con qué países se alineaba políticamente España y con cuales estaba enfrente. El mundo comunista, encabezado por la URSS, eran los de enfrente. Pero por esos años, otras naciones como Francia o Inglaterra gozaban de escasas simpatías de la radio oficial. Por el contrario, los EEUU eran muy  bien tratados por el Parte. Y eso pese a que nos dejaron prácticamente fuera del famoso Plan Marshall, que regó de ayudas a otros países europeos de nuestro entorno.

Pero fuera como fuese, con la orientación política ya señalada, el diario hablado de Radio Nacional constituía el centro de la información que cada día recibíamos los españoles. Y así pudimos seguir acontecimientos tales como la guerra de Corea, los mundiales de futbol de Brasil con el histórico gol de Zarra o el de Marcelino en 1964 contra Rusia narrado por Juan Martín Navas, la llegada a España de Jorge Negrete, los avatares de Perón y Evita en Argentina, la entrada de los tanques rusos en Checoslovaquia, el primer festival de Eurovisión en 1959 en el que ganaba Monna Bell y su conocido Un telegrama, el de Massiel en Eurovisión en 1968, la llegada del hombre a la luna en la voz de Cirilo Rodríguez RNE julio de 1969, la inauguración de pantanos y más pantanos por la geografía española, el Plan Badajoz, la retransmisión de partidos de futbol colgados en las voces de Matías Prats y Enrique Mariñas, la gran riada de Valencia al desbordarse el río Turia y mil acontecimientos más. Y son de cita obligada las emisiones de Radio España Independiente. Éstas eran seguidas con entusiasmo, fidelidad y credibilidad por oyentes afines a la doctrina comunista o de ubicación en el bando denominado vulgarmente rojo o republicano.

El transcurso de los sesenta trajo mucha música a la radio. La profunda transformación de la sociedad española, en especial de los jóvenes, lo propició. Los gustos musicales evolucionaron profundamente. Pero de esto tratamos ya en otro capítulo de este libro. La radio recogió el testigo y fue fiel aliada de la juventud y sus deseos de música moderna. Las mañanas de Radio Madrid, retransmitidas desde un conocido teatro de la capital de España, con las actuaciones musicales de cantantes y grupos noveles que iban saltando a la fama, fueron un buen exponente de estos cambios. Los Cuarenta Musicales fueron uno de esos programas de gran acogida popular. Raúl Matas con su Discomanía fue uno de los grandes locutores de los años sesenta. A partir de 1962 aparece en antena El gran Musical, con Tomás Martín Blanco.

Otro tipo de programas de gran éxito en las décadas de 1940 a 1970 fueron los concursos radiofónicos. Los hubo de toda clase y condición, culturales o musicales, de entretenimiento o de publicidad pura. De estos últimos Avecrem llama a su puerta fue un exponente allá por 1958 con la voz de Joaquín Soler Serrano y Un jamón llama a tu puerta, de Radio Intercontinental, con el patrocinio de CASA y la voz de Enrique Cabestany. El Gran Musical, ya en los sesenta, con Tomás Martín Blanco tuvo éxito arrollador. Muchos de estos programas no eran concursos puros, pero incluían algún tipo de estos. Es el caso de algunos de ámbito musical como Pare la música, en Radio Madrid y con Bobby Deglané y Tu carrera es la radio, también en Radio Madrid con Juana Ginzo. De entre los concursos puros, con premios más o menos notables, recordamos Medio millón, en los cincuenta también en la SER, con José Luís Pécker que más tarde sería Un millón con casa. Radio Intercontinental puso en antena en los años cuarenta y cincuenta El auto de la fortuna, patrocinado por La Casera. Lo toma o lo deja, en los sesenta, fue un buen concurso llevado por Joaquín Prat, Bobby Deglané y Joaquín Soler Serrano. Y el famosísimo Cabalgata Fin de Semana de Bobby Deglané que iniciaba su andadura en 1951.

Debería señalar ahora cuatro programas que hicieron historia entre los radioyentes españoles. En primer lugar Los niños de la Operación Plus Ultra, emitido por la SER con Joaquín Peláez que tuvo un eco grande y que llegó, más tarde, a las pantallas de televisión tal como sucedió con otros programas de los que hemos ido citando. En Radio Barcelona estuvo en antena, durante años, el Consultorio Sentimental Elena Francis, igualmente con gran éxito de oyentes. En la SER años cincuenta se pudo seguir Conozca usted a su vecino. Y, para terminar, deseo recordar un sketch muy famoso entre padres e hijos de toda España. Su cantinela y musiquilla no la olvidaremos nunca quienes la oímos. Me refiero a la famosa tabla de multiplicar del siete de Maginet, emitida por RNE y la voz de José María Tarrasa. Un niño comenzaba a recitar la tabla de multiplicar del siete, esa que se nos atascaba a la mayoría en las clases de matemáticas. El niño recitaba de memoria perfectamente hasta el 7 por 7 en el que se callaba sin saber continuar. Insistía varias veces pero nada, no le salía. Finalmente lo hacía con música y cantando, con lo que lograba decir 7 por 7 cuarenta y nueve, 7 por 8 cincuenta y seis, 7 por 9 sesenta y tres y el que no lo sabe es que tonto es. ¡Genial! Tenía gracia y sirvió para que muchos españoles aprendiésemos perfectamente la tabla del siete.

La publicidad radiofónica fue pieza clave e importante desde el principio de las emisiones de las diferentes cadenas. Eran parte relevante en su financiación. Hubo infinidad de anuncios ya que junto a la prensa escrita, era la forma habitual de cualquier producto o empresa para darse a conocer al público. Y era de gran eficacia dados los índices de audiencia alcanzados por este medio. Entre los anuncios que podríamos considerar seriados, con dramatización de locutores más o menos prestigiosos, citamos el de Avecrem llama a su puerta, La fiesta de La Casera, La hora de Cynar. Otros muchos eran una canción en cuya letra se incluía la publicitación de algo. De entre estos el más famoso es posiblemente La Canción del Cola Cao. La canturreábamos todos, niños y mayores ya que era muy pegadiza y el producto era de aceptación común. Pero entre otros muchos de distintas épocas, podemos destacar: Tabletas Okal, Norit, DDT Chas, Gargaril, Hojas de afeitar Iberia, Cintas Kores, Polvos Netol, Coñac Fundador, Tintes Iberia, Lejía Clarita, Somier Numancia, Chocolates Llovera, Chocolates Loyola, Chocolates Nogueroles, Flan Chino Mandarín, Aceites Ybarra, Pan Bimbo, Licor del Polo, etc.

La radio, en fin, fue pieza básica e imprescindible de aquellos años cincuenta y sesenta. Justo hasta la llegada masiva de la televisión. Comidas y cenas, celebraciones navideñas, reuniones de amigos en las casas, todo esto contaba siempre con la compañía del dial amigo de alguna emisora de radio. Y con frecuencia, las últimas voces amigas que oíamos en el día, al irnos a dormir, provenían de la radio.

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