CAPÍTULO 26
EL CINE Y SU EVOLUCIÓN
Para la España de la
posguerra el cine constituyó una parte muy importante de nuestras vidas. Fue la
gran aportación de ilusión que siempre ha necesitado el ser humano. Además, fue
sin duda y por méritos propios, la principal forma de entretenimiento y
pasatiempo de las gentes, en nuestros años de infancia y juventud. Así sucedió
en España y en todos los países. Allá donde había una sala de cine ocurría lo
mismo. Hombres y mujeres de todas las edades, acudían en riada. Era
relativamente barato y al alcance de una gran parte de la población. El cine
entusiasmaba y fascinaba, tenía imán y arrastraba multitudes por todas partes.
En los años cuarenta,
los niños de mi generación éramos todavía muy pequeños. El cine no había
entrado en nuestras vidas, salvo para ver alguna película infantil o de
dibujos. De ese tiempo tan sólo nos queda el recuerdo, neblinoso, de películas
como Pinocho, Blancanieves y los siete enanitos
y otras de este género infantil. Las penurias económicas permitían pocas
alegrías para nuestros padres en este sentido. A la entrada de los cincuenta,
la guerra civil ya empezaba a quedar lejos. La posguerra se iba estirando en el
tiempo y, con esto, modificándose conductas y situaciones, pero continuábamos
metidos en épocas de penuria económica, de pobreza y miseria, de hambre y
limitaciones de todo tipo. Eran los años de la reconstrucción material de un
país que había quedado destrozado tras su guerra fratricida. Al doblar el cabo
del tiempo de 1960, comenzaron a cambiar muchas cosas. Así sucedió en todo el
mundo occidental y, también, en España. Cambio lento, pero apreciable, de las
condiciones económicas y laborales de una parte de los españoles.
En los hábitos de vida
de nuestros conciudadanos y dentro de su tiempo de ocio, el cine siempre había
sido algo importante. Los años cincuenta vieron cines, teatros y hasta cafés
llenos de gentes ávidas de ver películas y espectáculos de todo tipo. Como forma
de evasión y como forma de diversión. El cine, el teatro, la zarzuela, el
circo, las variedades, el mundo de la música popular y hasta los muchos
titiriteros, prestidigitadores y cantantes que pasaban por cafés y plazas
públicas llenaron y alegraron la vida de los españoles en esas décadas de la
posguerra. En los años sesenta, el cine y, en menor medida, el teatro tomaron
decididamente el mando. Ocuparon una parte importante del tiempo de ocio de los
españoles. La mayoría acudíamos al cine con mucha frecuencia y muchos, a
diario. El precio era accesible y reclamos como dos películas por sesión o las
famosas sesiones continuas, atraían al personal. En mi caso particular, las
inclemencias meteorológicas de los largos inviernos gallegos, que comenzaban en
octubre y terminaban normalmente en junio, comiéndose el otoño y la primavera
casi todos los años, invitaba a meterse en las salas de cine para huir del frío
y la humedad ambiental.
Por todas esas
cuestiones, los cines registraban abarrote diario en sus sesiones de tarde y de
noche, con largas colas ante las taquillas. Los sábados y domingos se alcanzaba
el cenit, siendo lo normal ver esas largas y retorcidas colas durante la
mañana. Y, además, los años sesenta, en los que el cine todavía sacaba una
amplia ventaja a la novedosa televisión, registraron una época de esplendor en
la cantidad, variedad y calidad de las películas que se proyectaban. Quiero
destacar el encanto de aquella sesión continua que durante años existió en
muchas salas de cine. No había que preocuparse, en exceso, de llegar a tiempo.
Cada cual entraba cuando podía o lo estimaba conveniente, tras los pasos del
acomodador siempre con su linterna en ristre. Con frecuencia, el que llegaba
comenzaba viendo una parte de una de las dos películas, después veía la segunda
y, a continuación, se quedaba para visualizar el tramo inicial, no visto antes,
de la primera película. Parece un lío pero no lo era tanto. Podía pasar que el
espectador no recordase el argumento o por donde iba la primera película y
estuviese perdido. O que viese dos veces una o las dos películas. Había quien
pasaba la tarde y la noche, hasta el cierre, allí metido disfrutando del confort
del cine. Entre otras cosas, allí se estaba generalmente más cómodo y abrigado
que fuera donde, como era mi caso, el invierno norteño asomaba sus fieros
dientes por calles y callejuelas.
En esos años, se fue
pasando del cine español, pleno de películas de bajo coste y mucha voluntad, de
toreros y cupletistas, de guerrilleros hispanos en lucha con las huestes de
Napoleón o de comedias en las que se reproducían las penurias de la vida diaria
de los españoles, a una entrada masiva de películas foráneas. El cine italiano
nos trajo multitud de films de aquel realismo, en blanco y negro, de la Italia
de posguerra. Méjico nos llenó, durante un tiempo, de abundantes películas de
exhibición de sus mejores mariachis. El cine francés, después, trajo a España
la gran calidad de su producción cinematográfica y actores. Y el cine
norteamericano barrió todas las carteleras de nuestro país. De la factoría de
Hollywood salieron infinidad de films que atrajeron la atención de muchas de
nuestras tardes y noches. Y, de ello, infinidad de películas para el recuerdo
de todos nosotros.
De este modo, el
fenómeno social del cine estaba en el centro de la vida de ciudades y pueblos
de toda España. Tanto quienes éramos, entonces, jóvenes como nuestros mayores,
hacíamos del cine nuestra forma principal de diversión. Tomábamos de él nuestra
dosis semanal de evasión y entretenimiento. El cine, alegraba y animaba, por lo
general, la vida de todos nosotros. Y eso, pese a la profusión, en medio de
tantas películas, de bastantes realmente mediocres. El cine tenía, entonces, su
propia parafernalia, algo distinta de la actual. A las largas colas de las
mañanas de los domingos o de las tardes de los sábados, seguía la entrada en
las sesiones de tarde o de noche de una variada concurrencia. Mayores y jóvenes
se entremezclaban en aquellas sesiones de cine que comenzaban con el NODO. Se
trataba de un noticiario y documental, de proyección obligatoria en todos los
cines, que informaba, a su manera, de diversos sucesos de España y el resto del
mundo. El NODO podía considerarse un antecedente de los telediarios. Pero, al
estar España bajo el gobierno del régimen de Franco, esos noticiarios y
documentales llevaban su huella. Así, las noticias habituales de realizaciones
e inauguraciones de obras públicas, se mezclaban con escenas de la vida de los
españoles, en visión optimista y alegre, ignorando todo aquello que pudiera
distorsionar esa imagen. Todos recordamos perfectamente la orientación del
NO-DO, del que, sin duda, nos ha quedado el recuerdo de su musiquilla de inicio y final, y la voz potente y peculiar de sus locutores.
En los contenidos del
NODO nunca faltaba alguna inauguración de pantanos, canales, carreteras u otras
obras públicas por parte de Franco. Su
Excelencia el Generalísimo era siempre personaje de ese noticiario. Después
venían informaciones nacionales, algunas internacionales, cantantes que
triunfaban, estrenos teatrales y, sobre todo, los goles y las jugadas más
relevantes de los grandes del futbol español. Allí, muchos de nosotros, vimos
el rostro de Zarra, el gran triunfador de Maracaná en unos Mundiales. También
conocimos el de Ramallest, Gainza, Panizo, Orue, Basora, César, Di Stéfano,
Gento, Puskas, Kubala, Kopa y una interminable lista de nuestros héroes de
infancia y juventud. Tras el NODO, venían los trailers de avance y presentación de las próximas películas a
proyectar y publicidad de establecimientos locales. Al terminar todo esto,
llegaba un descanso que hacía que una gran parte de los hombres y jóvenes
salieran al hall del cine e incluso al exterior, bien para fumar un cigarro y
matar así la ansiedad de la espera, bien para comprar cacahuetes o caramelos en
el ambigú del cine o en algún comercio cercano. El sonido del timbre, avisando
de la reanudación de la sesión y comienzo de la película, producía la rápida y
revuelta entrada de los que habían salido, formando una pequeña marabunta de
butacas y personas levantándose, a lo largo de filas enteras, y de frases y
siseos a media voz. Muchos se perdían, en estas habituales reentradas, el
inicio del film y se quedaban sin saber el nombre de los protagonistas, el
director o las primeras escenas. Los cacahuetes, los caramelos, las pipas y el
chicle eran consumidos por hombres y mujeres que, acompañaban así mejor, los
dramas y comedias que contemplaban en las pantallas.
A partir de ahí, en
los cincuenta y principios de los sesenta todo podía suceder en aquellas salas
cinematográficas. Y sucedía de todo. El público, así en general y en abstracto,
vibraba con las películas. Las vivía. En especial los niños y los más jóvenes.
Pero también muchos adultos se dejaban arrastrar por la acción, la emoción o el
entusiasmo. Era frecuente el cuchicheo, en clave creciente de tono, en
determinados momentos de acción o de emoción. Con frecuencia, acababa en
manifestaciones de sentimiento. Se reía con fuerza, se gritaba, se jaleaba o se
pateaba el suelo. Sí, se pateaba. En especial por arriba, por las localidades
de general. Los pateos solían ser de aprobación de alguna escena de un
personaje de la película. Por lo general del bueno. Podían ser de reprobación. Las películas del Oeste o western,
de las que había una amplia proliferación en esos años, eran muy proclives a
los pateos y cuchicheos. Se jaleaba al
bueno y se reprobaba o se insultaba al
malo. El espectáculo en la sala no tenía mucho que envidiar al de la cinta
que se proyectaba. El público vivía aquellos momentos intensamente y expresaba
sin tapujos sus emociones. Claro está
que había bastantes excepciones entre
los asistentes. Todo era cuestión de cultura, de posición social o de carácter
y saber estar. En otras ocasiones la cosa iba de drama. En estos casos el
silencio se cortaba. Se mascaba la tragedia. La gente se movía inquieta en sus
butacas y había tosecillas nerviosas. Y tan pronto se podía o la película daba
un respiro, se soltaba la presión con un mar de murmullos, algunas voces o una
broma desde las gradas de arriba.
Al margen de todo
esto, más o menos anecdótico, el cine nos ofrecía su mundo de fantasía, ilusión
y arte. Por las calles se repartían los
programas de mano, una hoja con la reproducción del cartel anunciador de la
película por una de sus caras y, por la otra, el cine, el horario de
proyecciones y, a veces, los precios de las localidades. Muchos de nosotros
coleccionábamos esos pequeños programas por los que conocíamos, además, quienes
eran los actores principales y el director. Antes de acudir a elegir la
película a ver, muchos íbamos a mirar las carteleras - los cuadros los llamábamos – expuestos en el cine. Éstas se
colocaban, con más proliferación que en la actualidad en la puerta o fachada de
los cines. Así, tan sólo por las pocas escenas de aquellos fotogramas, éramos
capaces de juzgar, a golpes de pura intuición, de qué iba la película y qué
podíamos esperar de ella. No existía, como ahora, orientación crítica
cinematográfica en la prensa. También se consultaban bastante unas fichas de calificación
moral de las películas, que se exponían a la entrada de las Iglesias. A esto se
le denominaba vulgarmente la censura
religiosa. En ellas se indicaban, aparte del título, principales actores y
duración de la película, un resumen del argumento. Se completaba y era el
objeto principal de esas fichas, con la calificación moral de las películas. Se
empleaba un sistema con las valoraciones 1, 2, 3, 3R y 4. El 1 se reservaba para
películas válidas para todos los
públicos. El 2 se señalaba como aceptable para ser vistas sin problemas
morales. El 3 era de las aptas para mayores y, por tanto, no aconsejable para
jóvenes y niños. El 3R las calificaba para mayores
con reparos, es decir no aconsejable para nadie. El 4 significaba que se
estaba ante una película inmoral y totalmente desaconsejable para todos los
públicos.
En esos años, se pasó
de aquellas pequeñas pantallas y de películas, con frecuencia, llenas de
deficiencias en la imagen y en el sonido, a las más grandes y extensas
pantallas panorámicas y a un pretencioso sistema denominado toddao. Al inicio de los sesenta, eran
todavía frecuentes los cortes en las cintas cinematográficas. Tras alteraciones
de sonidos y aparición de números y símbolos extraños, la película desaparecía
y la pantalla terminaba por quedarse en blanco, ante el murmullo y protesta de
los asistentes. Se encendían las luces, mientras el proyectista trataba de
arreglar la cinta, con frecuencia pegando la parte que se había roto. Otras veces, lo que fallaba era el sonido.
Podía verse toda una película o parte de ella con unas voces gruesas o
ininteligibles, debido al deterioro de la zona de sonido de la cinta. Incluso
podían llegar a desaparecer las voces o la música durante largo rato.
A veces la avería era
de la máquina y lo cosa se complicaba, durando más el intervalo de parada. Los
asistentes volvían a salir al exterior hasta que el timbre los llamaba de
nuevo. Todo un espectáculo que se mezclaba con la forma en que se vivían las
escenas de las películas, en cuanto a las manifestaciones exteriores de agrado
o decepción, de enfado o de entusiasmo.
En esto, se llevaban la palma las películas del Oeste con aquellas historias
del bueno, el malo y la chica, por lo general salida del Saloon y que nunca faltaba.
Una de las
consecuencias del enorme atraso que nuestro país llevaba con respecto al mundo
occidental, se podía constatar, también, en el cine. Se ponía de manifiesto con
el gran retraso con el que llegaban a España los films extranjeros. En
especial, el cine americano que era el más importante en la cantidad de
películas producidas y distribuidas por todo el mundo. Sin que sea
matemáticamente así, podemos hablar de una década sin alejarnos demasiado de la
realidad. Esto significa que una gran parte de las películas no españolas que
se vieron en nuestro país en los años cuarenta y cincuenta, habían visto la luz
en los años treinta y cuarenta, respectivamente. Las peculiaridades de nuestro
país, recién salido de la guerra en el inicio de los cuarenta, unido al
aislamiento y la autarquía, así como a la debilidad económica propia de un país
empobrecido al máximo, ayudaron a ese gran retraso cinematográfico. Y a eso hay
que añadir la censura política y la moral que vigilaban el contenido de todas
las películas que se proyectaban en las salas españolas.
Con relación a estos
retrasos valgan unos sencillos ejemplos. Lo
que el viento se llevó fue una película producida en 1939. En España llegó
bien avanzados ya los años cincuenta. Fort
Apache, Arsénico por compasión y Casablanca son films de los años cuarenta
que llegaron a España a lo largo de los cincuenta. La lista podría ser
interminable. Por este motivo, en los párrafos que siguen, al mencionar algunas
películas trataré de referirme a los años en que la pudimos ver en nuestras
pantallas, siempre en base a mis recuerdos que, en ocasiones, podrían ser
errados. Para ello, voy a señalar separadamente lo correspondiente al cine
español y al foráneo.
En la década de los
cuarenta, nuestros padres pudieron ver bastantes películas de cine mudo,
juntamente con otras con sonido. Fue la época de esa transición. Dado que
fueron años de infancia de todos nosotros, poco puedo señalar del cine de esos
años. De las primeras, se llevaban la palma, sin duda, las innumerables
películas de Charles Chaplin,
Charlot. De las segundas, podríamos citar La
hermana San Sulpicio, El negro que tenía el alma blanca, Nobleza baturra, La
verbena de la Paloma, Morena Clara, Polizón a bordo, Sin novedad en el Alcázar.
Los niños veíamos casi exclusivamente las de Walt Disney. Eran casi todas ellas de la primera época de ese
importante cine de animación. Entre ellas, hicieron las delicias de todos
nosotros Pinocho, Blancanieves y los
siete enanitos, Dumbo y Bamby.
La década de los cincuenta me permite ya extender bastante más mis recuerdos personales. Sin duda alguna, las personas de mi generación recordarán los films que paso a citar, sin orden alguno de prioridades ni calidades. Acuden ahora a mi memoria, al desgranar mis recuerdos cinematográficos. En sus inicios, las de Walt Disney y las del Gordo y el Flaco, acuden masivamente a mi memoria. La isla del tesoro, Robin Hood, La Cenicienta, Alicia en el país de las maravillas, Peter Pan y La dama y el vagabundo, entre las primeras, y de las de Stan Laurel y Oliver Hardy, citaría Trabajo sucio, Estudiantes en Oxford, Laurel y Hardy en el Oeste, Compañeros de juerga, Héroes de tachuela, Dos pares de mellizos o Haciendo de las suyas. En esos años tuvo gran éxito el film Mi mula Francis. Y junto a éstas, al ir avanzando la década, pudimos ver, entre otras muchas, Fort Apache, Duelo al Sol, Río Rojo, Las minas del Rey
Salomón, Solo ante el peligro, Siete novias para siete hermanos, Lanza rota, Los diez mandamientos, Doce hombres sin piedad, El puente sobre el río Kwai, El mayor espectáculo del mundo, Ben-Hur, Frankenstein. El cine religioso nos ofreció algunas entrañables películas, como fue el caso de Marcelino, pan y vino. Otras muy seguidas fueron Balarrasa, La Señora de Fátima, Molokai, El pequeño ruiseñor, Saeta rubia, Quince pares de botas y Jeromin.
Mientras tanto, nuestros padres disfrutaban a
fondo con películas como Las uvas de la
ira, Arsénico por compasión, Que verde era mi valle, Casablanca, Ser o no ser, El
tercer hombre, El cuarto mandamiento, Rebeca, Los mejores años de nuestra vida,
El político, El crepúsculo de los dioses, Pánico en las calles, Un lugar en el
sol, Un tranvía llamado deseo, La Reina de África, El hombre tranquilo, El
último cuplé, Violetas imperiales, Vacaciones en Roma, Raíces profundas, Julio
César, El hombre que sabía demasiado, Mí desconfiada esposa y Mi tío.
Aunque, al avanzar la década, algunas de estas películas ya las vimos muchos de
nosotros.
Los sesenta
supusieron, posiblemente, para mi generación los años de mayor asistencia al
cine. En parte, porque estábamos la mayoría de nosotros solteros y en años
juveniles. También por estar ya inmersos en la vida laboral. Y porque fue una
época grande en la cinematografía, con los cines repletos casi a diario y
numerosas salas por pueblos y ciudades. Época próspera para este sector del
ocio. Entre las películas que recuerdo ahora, al margen de las españolas están El apartamento, Al Este del Edén, Lawrence
de Arabia, Un hombre para la eternidad, West Side Story, My Fair Lady, Sonrisas
y lágrimas, El graduado, Los cañones de Navarone, Psicosis, La conquista del
Oeste, Mary Poppins,101 dálmatas, Doctor Zhivago, La ventana indiscreta, El
fabuloso mundo del circo, La muerte tenía un precio y tantas otras. De las
españolas El pisito, El cochecito,
Plácido, El verdugo, La tía Tula, Del rosa al amarillo, Canción de cuna, El amor brujo, Botón de
ancla, Quince bajo la lona, Recluta con niño, Tarde de toros, La gran familia,
Un rayo de luz.
En esos años de
nuestro despertar a la vida y al cine,
admiramos a una pléyade excepcional de actores, actrices y directores, entre
los que recordamos a John Ford, H.
Hawks, Capra, Humprey Bogart, Gary Cooper, John Wayne, Deborah Kerr, Alfred
Hichcok, John Huston, Sofia Loren, Alec Guiness, Anthony Perkins, Montgomery
Clift, Elisabeth Taylor, Marlon Brando, Audrey Hepburn, Gregory Peck, James
Mason. Spencer Tracy, Ava Gadner, Cary
Grant, Grace Kelly, William Holden, Cecil B. de Mille, Paul Newman, Tony Curtis,
Frank Sinatra, James Steward, John Wayne, Pier Angeli, Kirk Douglas, Jack
Lemon, Lauren Bacall, Vincente Minelli. Rita Hayworth, Claudia
Cardinale, Doris Day, Marcelo Mastronniani y otros muchos más.
Entre los españoles José Luis Berlanga, Luis Buñuel, Rafael
Gil, Juan de Orduña, Ramón Torrado, Juan Antonio Bardem, Manuel Summers, Luis
Lucía, Mario Camus, Pedro Lazaga, Fernando Rey, Amparo Rivelles, Jorge Mistral,
Alfredo Mayo, Carmen Sevilla, José Isbert, José Luis Ozores, Alberto Closas,
Gracita Morales, Analia Gadé, Fernando Fernán Gomez, Carlos Larrañaga y Concha
Velasco.
Finalmente, los años
setenta supusieron para muchos de nosotros un importante descenso en la
asistencia a los cines. En parte por el impulso enorme tomado ya por la
televisión y, también, por las circunstancias personales de la mayoría, ya
casados y con los primeros hijos en edades infantiles. De esta época, puedo
citar El Padrino que llenó durante
muchos días las salas en las que se exhibía esta película de Marlon Brando y Al Pacino. Stars Wars marcó época con sus novedosas aventuras galácticas que
relanzó las películas de ciencia ficción. Entre las españolas Canciones para después de una guerra, La
escopeta nacional, Pascual Duarte, El espíritu de la colmena.
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