CAPÍTULO 27
EL CINE DE VERANO Y EN LAS PLAZAS DE TOROS
Ya hemos tratado del
cine en otro capítulo de este libro. Su magia para las gentes de mi generación
merece que nos detengamos en este aspecto básico en las formas de diversión y
de ocio de los españoles. El cine era una válvula de escape de la vida diaria,
más o menos dura para casi todos, y también una forma de llenar horas de
nuestro tiempo con su fantasía y su evasión de la realidad. Pero un capítulo
especial fue el cine fuera de las salas: el cine de verano. A éste debo
dedicarle unas breves líneas.
El haber vivido en
varias etapas de mi vida en ciudades mediterráneas, en las que el cine de
verano era una cotidiana realidad, me permite traer aquí mis recuerdos.
Posiblemente viví en Alicante mi primera película al aire libre. En la Plaza de
Toros. Terminaba la década de los cuarenta y fui con mis padres, tíos y
abuelos. Mucha gente acudía a la Plaza, con los mayores portando sus cestos y
capazos con la cena y la bebida. La noche de verano radiante de estrellas. La
temperatura, a esas horas, agradable. Formábamos largas colas para sacar las
entradas. Y, una vez dentro de la Plaza, unas luces encendidas en el centro de
la arena permitían ver la pantalla. Estaba justamente en el centro y de cara a
una zona de los tendidos en los que debía situarse la gente. Ocupábamos los asientos
en las gradas de cemento. Algunos ponían un cojín o periódicos para sentarse.
Pronto se llenaba por completo la zona destinada a los espectadores. Se apagaban
las luces y se hacía el silencio. Empezaba la película.
Todavía ahora recuerdo
mi emoción de niño al ver las primeras imágenes y escuchar el sonido grueso de
la película retumbando en las paredes de la Plaza y en los edificios
colindantes. No recuerdo cuál sería, pero posiblemente algún western de la
época, con cabalgadas por doquier, tiros y peleas en el saloon. Podría ser una
de americanos y japoneses luchando en el Pacífico, una de romanos o una
española de coplas, toros y amoríos. Y hasta puede que alguna de bandoleros en
la Serranía de Ronda y lucha contra los franceses invasores de España. De todas
esa hay vagos recuerdos en mi mente. Es lo de menos… Las vivencias de aquellas
noches de cine en la Plaza de Toros son inolvidables. Y, además, la cena allí,
bajo las estrellas y la luz de la luna alicantina. Bocadillo y gaseosa que
sabían a gloria pura en aquellas circunstancias. Al menos, así lo vivíamos los
niños, con la euforia de estar despiertos, todavía, a esas horas de la noche.
Al final, venía lo menos atractivo: el regreso, ya entrada la noche, hacia
nuestras casas. Y las cuestas se atragantaban a los niños que terminábamos
dormidos en brazos de nuestros padres.
Acudí más veces a los
cines de verano en la Plaza de Toros, tanto en Alicante como en Valencia. Y
años más tarde, ya en los sesenta, a sesiones de cine nocturnas, en Alicante,
en cines de verano al aire libre. Aquellas películas, vividas así, al fresco de la noche, tampoco tenían nada que
envidiar. Era ya un ambiente más cinematográfico que el de las Plazas de Toros.
Las voces de los protagonistas sonaban con fuerza por las calles adyacentes y
permitían que bastantes personas que permanecían un rato después de la cena,
sentadas a las puertas de sus casas charlando o dormitando, siguiesen
perfectamente el argumento y los diálogos de la película, el fragor del combate en un bombardeo aéreo o
una batalla naval. Todo un mundo de sueños para la gente menuda y de ilusiones
para los mayores.
Gran parte de mi
generación vivió esto de los cines de verano, en especial quienes vivían de
Madrid para abajo o en las costas mediterráneas. Dudo que haya quien no tenga
recuerdos agradables de aquellas hermosas noches de cine a la luz de la luna y bajo
el resplandor de las estrellas.
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