viernes, 4 de octubre de 2013

CAPÍTULO 27
EL CINE DE VERANO Y EN LAS PLAZAS DE TOROS

Ya hemos tratado del cine en otro capítulo de este libro. Su magia para las gentes de mi generación merece que nos detengamos en este aspecto básico en las formas de diversión y de ocio de los españoles. El cine era una válvula de escape de la vida diaria, más o menos dura para casi todos, y también una forma de llenar horas de nuestro tiempo con su fantasía y su evasión de la realidad. Pero un capítulo especial fue el cine fuera de las salas: el cine de verano. A éste debo dedicarle unas breves líneas.

El haber vivido en varias etapas de mi vida en ciudades mediterráneas, en las que el cine de verano era una cotidiana realidad, me permite traer aquí mis recuerdos. Posiblemente viví en Alicante mi primera película al aire libre. En la Plaza de Toros. Terminaba la década de los cuarenta y fui con mis padres, tíos y abuelos. Mucha gente acudía a la Plaza, con los mayores portando sus cestos y capazos con la cena y la bebida. La noche de verano radiante de estrellas. La temperatura, a esas horas, agradable. Formábamos largas colas para sacar las entradas. Y, una vez dentro de la Plaza, unas luces encendidas en el centro de la arena permitían ver la pantalla. Estaba justamente en el centro y de cara a una zona de los tendidos en los que debía situarse la gente. Ocupábamos los asientos en las gradas de cemento. Algunos ponían un cojín o periódicos para sentarse. Pronto se llenaba por completo la zona destinada a los espectadores. Se apagaban las luces y se hacía el silencio. Empezaba la película.

Todavía ahora recuerdo mi emoción de niño al ver las primeras imágenes y escuchar el sonido grueso de la película retumbando en las paredes de la Plaza y en los edificios colindantes. No recuerdo cuál sería, pero posiblemente algún western de la época, con cabalgadas por doquier, tiros y peleas en el saloon. Podría ser una de americanos y japoneses luchando en el Pacífico, una de romanos o una española de coplas, toros y amoríos. Y hasta puede que alguna de bandoleros en la Serranía de Ronda y lucha contra los franceses invasores de España. De todas esa hay vagos recuerdos en mi mente. Es lo de menos… Las vivencias de aquellas noches de cine en la Plaza de Toros son inolvidables. Y, además, la cena allí, bajo las estrellas y la luz de la luna alicantina. Bocadillo y gaseosa que sabían a gloria pura en aquellas circunstancias. Al menos, así lo vivíamos los niños, con la euforia de estar despiertos, todavía, a esas horas de la noche. Al final, venía lo menos atractivo: el regreso, ya entrada la noche, hacia nuestras casas. Y las cuestas se atragantaban a los niños que terminábamos dormidos en brazos de nuestros padres.

Acudí más veces a los cines de verano en la Plaza de Toros, tanto en Alicante como en Valencia. Y años más tarde, ya en los sesenta, a sesiones de cine nocturnas, en Alicante, en cines de verano al aire libre. Aquellas películas, vividas así, al fresco de la noche, tampoco tenían nada que envidiar. Era ya un ambiente más cinematográfico que el de las Plazas de Toros. Las voces de los protagonistas sonaban con fuerza por las calles adyacentes y permitían que bastantes personas que permanecían un rato después de la cena, sentadas a las puertas de sus casas charlando o dormitando, siguiesen perfectamente el argumento y los diálogos de la película,  el fragor del combate en un bombardeo aéreo o una batalla naval. Todo un mundo de sueños para la gente menuda y de ilusiones para los mayores.


Gran parte de mi generación vivió esto de los cines de verano, en especial quienes vivían de Madrid para abajo o en las costas mediterráneas. Dudo que haya quien no tenga recuerdos agradables de aquellas hermosas noches de cine a la luz de la luna y bajo el resplandor de las estrellas.

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