jueves, 3 de octubre de 2013

CAPÍTULO 30
LA ROPA HEREDADA

Me refiero aquí a algo que, aunque existe en cierto modo todavía en familias de varios hijos, era práctica común en los hogares hispanos. Y no solamente sucedía con la ropa pasada de unos a otros hermanos, sino de los progenitores y otros parientes hacia los hijos. En aquella sociedad española, poco pudiente, la variedad de prendas en cada casa era mínima. Casi lo puesto, lo de los domingos y poco más. Quizás se suavizaba  algo esto en el caso de las féminas. Pero para los niños de mi generación era algo habitual.

Era así muy frecuente que aquellas prendas del padre o de un tío, que ya no las usaban, bien por haber envejecido o por adquirir otras, fuesen objeto de los correspondientes arreglos y adaptaciones para los más pequeños. De este modo, una chaqueta, una camisa o unos pantalones pasaban por manos de una costurera o de alguien experta en la familia, que las descosía, cortaba y volvía a ensamblar para lograr una prenda adaptada a las medidas de los hijos. Y en la mayoría de los casos, la pericia materna o de la costurera de turno hacia parecer aquella prenda de vestir como prácticamente  nueva y recién estrenada.

Cuento esto con la experiencia que me da el haber usado diversas prendas arregladas. Recuerdo perfectamente un traje gris de uno de mis tíos, reconvertido en traje de pantalón corto para mí que utilicé durante algunos años de mi infancia e inicio de adolescencia. Duró hasta que un estirón corporal, fruto de los trece años, y la necesidad de ocultar ya con un pantalón largo el vello de las piernas, obligó a arrinconarlo. También otro que llevé en mis primeros años de carrera en Gijón y varias camisas blancas en los años cincuenta. Como digo, esto era completamente usual y no nos causaba ninguna clase  de trauma. Al contrario, era una suerte obtener así buenas  prendas de vestir.


Pero todo se acabó por dos razones, básicamente. De un lado, la mejora económica de una gran parte de la población hispana que hizo innecesaria esta práctica. De otro, la irrupción de las modas en el vestir, que llevó a todos los jóvenes de mi generación a pensar y considerar eso de está de moda, va con la moda o eso ya no se lleva. Y meto en este mismo saco, los innumerables jerseys que nuestras abuelitas nos hicieron en esos años cincuenta y parte de los sesenta, con frecuencia muy largos o muy cortos, muy anchos o muy estrechos. O como me sucedió con el último que me hicieron de esa guisa, amarillo canario y sin mangas. Fue calcetado en Alicante y lo estrené en Galicia. Lo puse un día, salí al paseo con él, fui objeto de toda clase de mofas y bromas... y me deshice de él ese mismo día.

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