jueves, 3 de octubre de 2013

CAPÍTULO 31
EL ZURCIDO DE LOS CALCETINES

Durante los años comentados, las penurias económicas se hacían también notar en otros muchos aspectos de la vida doméstica de los españoles. El vestido y el calzado no eran una excepción a esto. Un caso muy evidente eran los calcetines que niños, jóvenes y adultos utilizábamos. Cada uno disponía de muy pocos pares de aquellos calcetines, de variados colores y dibujos. No existía la uniformidad, marcada por la moda, como sucede desde hace 40 o 50 años. Por tanto, el uso tan continuado de aquellos elementos del vestir, unido a la calidad no siempre buena, producía rotos en ellos. Normalmente se producían en los talones y a la altura de los dedos. Por esto, era posible que un niño, y hasta un adulto, pudiese ir enseñando, al andar, un agujero en sus calcetines. También eran visibles esas roturas del hilo o de la lana en algún dedo, llegando a enseñarlo a través del orificio.

Esto lo solucionaban, relativamente, con enorme habilidad, las madres y abuelas de la época. ¿Cómo lo hacían? Introducían en el interior del calcetín un huevo de madera, hasta colocarlo en el lugar en que estaba el roto. De ese modo extendían el tejido, estirado, y con una aguja e hilo del mismo color del calcetín, hacían un zurcido. Esto era una peculiar forma de coser sobre el roto, rehaciendo el tejido, cuidadosamente, desde los bordes de la rotura. Una vez terminada esta minuciosa tarea, el calcetín mostraba un aspecto cual si fuese nuevo. Al menos a distancia. Solía, de este modo, durar una temporada hasta que se volvía a romper.


Los niños, siempre trotones y volcados horas y horas en correr y jugar al fútbol, eran quienes más desperfectos y con más frecuencia rompían sus calcetines. Pero los adultos, no se quedaban atrás. A veces al descalzarse a la vista de otros, por ejemplo en una zapatería o en la playa, se podían encontrar, atónitos, con el agujero tras el cual asomaba la blancura de sus pies. En estas ocasiones, si la esposa estaba delante, se exponía a ser abroncado el interfecto por su descuido.

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