CAPÍTULO 36
EL FLIX MATAMOSCAS
Uno de los problemas domésticos, muy
frecuentes en los años cuarenta y cincuenta, fue la invasión de moscas que
había por todas partes. Aunque el problema era mayor en pueblos y aldeas, en
especial los más agrícolas y ganaderos, las casas de planta baja de las
ciudades no se libraban de él. Contribuía, sin duda, la falta en esos años de
neveras y frigoríficos para la conservación de los alimentos. Estos permanecían
demasiado tiempo al aire libre o escasamente tapados, pese a la existencia de
alacenas y fresqueras, con sus laterales de tela metálica. Por esta razón, las
moscas campaban a sus anchas por las casas siempre y, en especial, cuando el
calor apretaba en el exterior. Contribuía a esa invasión de insectos la
proximidad, en los pueblos y aldeas, de establos, gallineros y animales
domésticos diversos.
Para luchar contra esta molestísima plaga se
recurría a varios procedimientos exterminadores de las moscas. Se puso muy de
moda, por su eficacia, el flix. Se trataba de un producto líquido que se
pulverizaba en el aire mediante un dispositivo metálico específico. Consistía
en un largo tubo cilíndrico, con un émbolo en su interior, que se unía
transversalmente con un pequeño depósito, igualmente cilíndrico. Éste se
llenaba con el flix y ya estaba preparado para funcionar. Se hacía mover el
émbolo, tirando y empujándolo después, con lo que se lanzaba al aire el flix
pulverizado. Éste se expansionaba por la habitación o, si se lanzaba frente a
una pared, se depositaba sobre ella. El producto era bastante eficaz puesto que
las moscas huían despavoridas, cayendo pronto muertas aquellas que no hubiese
logrado salir al exterior de la casa o a otra habitación. El efecto era
duradero mientras no se procediese a ventilar la casa o a abrir la puerta de la
calle demasiado. El problema es que aquel maldito producto, aparte de su fuerte
y desagradable olor, podía atascar las vías respiratorias de los habitantes de
las casas y hacer que, también, salieran huyendo de ellas.
Otra experiencia muy usada, en especial en
lugares públicos tales como bares, cafés y tiendas, eran unas tiras de un papel
especial y bastante resistente, que estaban impregnadas de una especie de cola
muy pegajosa. Esos papeles de colores, colgados de lámparas, techos o cualquier
otro lugar, atraían la atención de las moscas que cruzaban incesantemente el cielo de la sala, en vuelos
zigzagueantes y veloces. Pero las moscas tienen una debilidad. Se suelen posar
en cuanto ven un lugar para ello en su trayectoria voladora. Por este motivo,
se detenían sobre esas tiras de papel, quedando en ese instante pegadas y
sujetas a ellos. Y allí quedaban hasta su muerte o hasta que se tirase el
dispositivo a la basura. El principal inconveniente de este inteligente sistema
era que, con frecuencia, el dueño del local dejaba largo tiempo aquel rollo
colgante del techo, plagado de moscas hasta pegarse unas sobre otras, mostrando
así multitud de cadáveres de esos insectos. El espectáculo entonces, aparte de
desolador, era asqueroso, por lo que la
gente dejaba de ir a ese bar o restaurante para evitar el espectáculo que, además,
le llevaba a pensar que la limpieza allí era escasa y el abandono mucho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
AQUÍ PUEDES COMENTAR LO QUE DESEES SOBRE ESTE CAPÍTULO O ESTE LIBRO
El autor agradece los comentarios