jueves, 3 de octubre de 2013

CAPÍTULO 36
EL FLIX MATAMOSCAS

Uno de los problemas domésticos, muy frecuentes en los años cuarenta y cincuenta, fue la invasión de moscas que había por todas partes. Aunque el problema era mayor en pueblos y aldeas, en especial los más agrícolas y ganaderos, las casas de planta baja de las ciudades no se libraban de él. Contribuía, sin duda, la falta en esos años de neveras y frigoríficos para la conservación de los alimentos. Estos permanecían demasiado tiempo al aire libre o escasamente tapados, pese a la existencia de alacenas y fresqueras, con sus laterales de tela metálica. Por esta razón, las moscas campaban a sus anchas por las casas siempre y, en especial, cuando el calor apretaba en el exterior. Contribuía a esa invasión de insectos la proximidad, en los pueblos y aldeas, de establos, gallineros y animales domésticos diversos.


Para luchar contra esta molestísima plaga se recurría a varios procedimientos exterminadores de las moscas. Se puso muy de moda, por su eficacia, el flix. Se trataba de un producto líquido que se pulverizaba en el aire mediante un dispositivo metálico específico. Consistía en un largo tubo cilíndrico, con un émbolo en su interior, que se unía transversalmente con un pequeño depósito, igualmente cilíndrico. Éste se llenaba con el flix y ya estaba preparado para funcionar. Se hacía mover el émbolo, tirando y empujándolo después, con lo que se lanzaba al aire el flix pulverizado. Éste se expansionaba por la habitación o, si se lanzaba frente a una pared, se depositaba sobre ella. El producto era bastante eficaz puesto que las moscas huían despavoridas, cayendo pronto muertas aquellas que no hubiese logrado salir al exterior de la casa o a otra habitación. El efecto era duradero mientras no se procediese a ventilar la casa o a abrir la puerta de la calle demasiado. El problema es que aquel maldito producto, aparte de su fuerte y desagradable olor, podía atascar las vías respiratorias de los habitantes de las casas y hacer que, también, salieran huyendo de  ellas.


Otra experiencia muy usada, en especial en lugares públicos tales como bares, cafés y tiendas, eran unas tiras de un papel especial y bastante resistente, que estaban impregnadas de una especie de cola muy pegajosa. Esos papeles de colores, colgados de lámparas, techos o cualquier otro lugar, atraían la atención de las moscas que cruzaban incesantemente el cielo de la sala, en vuelos zigzagueantes y veloces. Pero las moscas tienen una debilidad. Se suelen posar en cuanto ven un lugar para ello en su trayectoria voladora. Por este motivo, se detenían sobre esas tiras de papel, quedando en ese instante pegadas y sujetas a ellos. Y allí quedaban hasta su muerte o hasta que se tirase el dispositivo a la basura. El principal inconveniente de este inteligente sistema era que, con frecuencia, el dueño del local dejaba largo tiempo aquel rollo colgante del techo, plagado de moscas hasta pegarse unas sobre otras, mostrando así multitud de cadáveres de esos insectos. El espectáculo entonces, aparte de desolador, era asqueroso,  por lo que la gente dejaba de ir a ese bar o restaurante para evitar el espectáculo que, además, le llevaba a pensar que la limpieza allí era escasa y el abandono mucho.

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