viernes, 4 de octubre de 2013

CAPÍTULO 4
LOS AÑOS DEL RACIONAMIENTO Y EL  ESTRAPERLO

Los años cuarenta, período  temporal  inicial que consideramos en este libro, estuvieron marcados por  el hambre y las dificultades para abastecerse de alimentos básicos por parte de la población española. Y esto se configuró, en la práctica, en el sistema de racionamiento. El paso a los cincuenta no varió excesivamente la situación, salvo un inicio de recuperación de la actividad económica en diversos frentes. Los españoles empezamos a sacar la cabeza del agua, pero éstas eran todavía muy profundas.

La escasez de alimentos era muy grande. Para intentar paliar la situación el Gobierno franquista puso en marcha el denominado racionamiento. De este modo, pasaba a controlar la distribución de toda clase de alimentos, en especial los básicos para la población. De esta tarea se ocupó la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes. Quedaron establecidas las cartillas de racionamiento de uso obligatorio para poder adquirir esos productos alimenticios. Este sistema estuvo vigente entre 1940 y 1952. Existían tres clases de cartillas: las de primera, segunda y tercera categoría. Las de primera daban derecho a menos suministros, ya que pertenecían a quienes tenían mejor situación económica. Las de tercera eran las de familias más pobres. Las de segunda, en consecuencia, eran para el resto de la población. Esas cartillas disponían de una serie de cupones que se podían ir cortando para su entrega, a cambio de la ración de alimentos suministrados, en determinados lugares establecidos por la Comisaría de Abastos. En muchos pueblos ese reparto se hacía con camiones del ejército. En 1943 las cartillas pasaron a ser individuales en vez de familiares.


Se distinguía entre raciones de hombre adulto, mujer adulta, personas de más de 60 años y niños. Se iban estableciendo unos cupos semanales que figuraban en carteles o listas colocados en la puerta de los establecimientos de distribución. Estos variaban con cierta frecuencia, según las posibilidades reales de entrega de los alimentos por parte de la Comisaría de Abastos. Cada familia tenía asignado el lugar para surtirse semanalmente. No se podía adquirir nada, legalmente, en ningún otro establecimiento  ni excederse de las raciones asignadas.

La ración semanal podía estar formada, a título de ejemplo, por un cuarto de litro de aceite, 250 gramos de pan, 100 gramos de arroz, 100 gramos de lentejas o garbanzos, jabón de taco y tabaco. Se añadía, con frecuencia, un kilo de patatas o boniatos y para los niños, algo de harina y leche. Pero debemos añadir algunas consideraciones al respecto. El pan no era de trigo, sino que solía ser un chusco de pan negruzco, en el que el centeno sustituía a aquel. Las legumbres iban acompañadas de tal cantidad de pequeñas piedrecitas, restos vegetales y hasta de bichos que requerían un cuidadoso repaso manual, encima de la mesa, para quitarles todas aquellas impurezas. Los niños de mi generación aprendimos de nuestras madres la forma de hacer esta tarea de limpieza de las lentejas. Y, con frecuencia, ayudábamos haciéndola nosotros mismos. El aceite faltaba con mucha frecuencia y había que recurrir a sucedáneos. En alguna ocasión aparecía en el suministro algo de membrillo. Y, en bastantes ocasiones, las cantidades antes citadas debían disminuirse por no haber suficientes suministros para todos.

Estas cantidades de comida eran insuficientes para la mayor parte de la población, por lo se debía recurrir a intentar solucionar este déficit alimenticio por otros medios. Quienes tenían parientes en pueblos y aldeas agrícolas lograban, en ocasiones, acceder a otros alimentos como las castañas, el pan de maíz o algo más de leche. Pero esto era solamente posible para unas minorías. A veces se recurría al trueque de unos productos por otros. Te doy algo de pan y me das un poco de aceite o cualquier otra proposición. La otra alternativa era la de acudir al estraperlo o mercado negro. Pero esto solamente era posible para quienes tuvieran más disponibilidad económica, con frecuencia familias más ricas y pudientes o afectos al Régimen político imperante, situados en el aparato administrativo, político y gubernamental.

Antes de considerar el estraperlo y sus formas, debemos detenernos en la habilidad de las amas de casa para hacer diversas comidas, frecuentemente aparentes, pero elaboradas con los mínimos medios posibles. De ahí fueron surgiendo, entre el pueblo, variados platos, originales y no conocidos anteriormente. Eran fruto de la viveza de las madres para hacer verdadera magia doméstica con lo poco que tenían en sus despensas o alacenas. Y, además, se iban propagando por todo el país. Así recuerdo en mi casa, las patatas viudas, cuyo único ingrediente eran las patatas como su nombre indica, con algo de colorante. En otros lugares se denominaban patatas a lo pobre. La olleta viuda fue otro plato del Levante español con patatas y garbanzos, bien coloreado para mejorar su aspecto. Y el plato de lentejas, igualmente viudas ya que no llevaban nada. Éste pasó a ser algo así como el plato nacional. Pero todo ello, con cantidades pequeñas para cada comensal, ya que no había la necesaria.

Existían sucedáneos de diversos productos. Así, la achicoria y la cebada tostada eran utilizadas en lugar del café, artículo totalmente inexistente en el sistema de racionamiento instituido. Se utilizó, también, la denominada cascarilla de café. La  escasez de tabaco llevaba a muchos a fumar hojas secas de patata o de otros vegetales. El aceite podía suplirse derritiendo determinadas mantecas y sebos.

Ante esta gravosa situación, no tardó en aparecer el estraperlo, antes mencionado. Se trataba de un mercado negro, surgido al margen del oficial y, por tanto, ilegal y prohibido. Pero, en parte, porque quienes lo ponían en marcha procuraban hacerlo clandestinamente, a espaldas de la vigilancia de la Autoridad o por contar con la colaboración o con la vista gorda de funcionarios de Abastos o de la Administración Pública, este mercado funcionó en todo el país. Muchos de los que se dedicaron a esto hicieron buenas fortunas, pasando a ser realmente ricos. Al final del período de racionamiento, muchas de estas riquezas, labradas en la posguerra, a costa del hambre de la población, pasaron a integrarse en otras actividades empresariales legales.

En los lugares en los que se estraperlaba se podían adquirir multitud de artículos no incluidos en los racionamientos o cantidades superiores y adicionales de los autorizados para las cartillas. Pero esto tenía un precio, con frecuencia elevado para las posibilidades del momento, que había forzosamente que pagar en dinero o en otros productos apetecibles para el estraperlista. En ocasiones esta actividad era perseguida por las autoridades, sancionando a sus titulares e, incluso, publicando sus nombres en algún periódico.

Afortunadamente, en 1952 se eliminó el sistema de las cartillas de racionamiento y se liberalizó la apertura de tiendas de todo tipo. Con esto ya fue posible adquirir aquello que cada uno pudiese pagarse con su dinero. Naturalmente, esto solucionó las posibilidades de adquisición de artículos alimenticios y de las cantidades a comprar para cubrir las necesidades mínimas. Pero lo que no solventó fue la pésima situación económica en la que continuaba una gran parte de la población hispana. Únicamente, al ir avanzando esa década de los cincuenta, fue posible ir mejorando y poder afrontar esas compras alimenticias mínimas para el sustento de la familia.

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