miércoles, 2 de octubre de 2013

CAPÍTULO 54
JUEVES: NIÑOS, CHACHAS Y SOLDADOS

Durante las dos primeras décadas del período temporal que estamos considerando, en nuestro país era habitual, porque así estaba establecido, que los jueves por la tarde no fuese lectivo. En consecuencia no había clases en los colegios. Era un pequeño alivio en una semana escolar que iba de lunes a sábado. Esto propiciaba que en esos días una multitud de niños y niñas inundase las calles para jugar, a discreción. Se llenaban las rúas y las plazas de partidos de futbol, niñas saltando a la cuerda, pequeños correteando por doquier, en una pequeña marabunta.

Aunque muchos de esos chiquillos solíamos ir solos para esos juegos, simplemente sujetos a la voz de nuestras madres para exigir nuestra retirada a casa a la caída de la tarde, había otros que iban acompañados de sus madres o de sus chachas. Y, en aquellas ciudades en las que había población militar, eran estas criadas o mujeres del servicio doméstico las que protagonizaban la escena que paso a narrar.

Era habitual, igualmente, que los soldados que hacían el servicio militar en los cuarteles saliesen a la calle, de paseo o de tiempo libre, los jueves por la tarde. Como  vemos esas tardes, a mitad de semana eran las escogidas para el descanso de una parte de la población: infantes y soldados. Esto propiciaba una imagen muy típica de esos años. En los parques, jardines y otros lugares de esparcimiento, cuando el tiempo lo permitía, era frecuente ver a soldados en alegre conversación con las chachas que vigilaban a los niños a su cargo. Esta imagen, en la que se iba desde el más simple flirteo hasta el ligue de los jueves, pasando por el aluvión de piropos, se podía contemplar en esas ocasiones. Se juntaban así el desparpajo, con frecuencia ingenuo y paleto, de los mozos en filas con la esquiva atención de las muchachas. De sobra sabían éstas de lo pasajero e inestable de aquellas declaraciones de admiración hacia su belleza o simpatía y hasta de amor eterno. Muchos de esos chicos, con novia en sus pueblos de origen, solamente buscaban pasar el rato o alardear delante de sus compañeros de cuartel. Y además, el grupo hace siempre manada. Y todo eso era sobradamente conocido por esas chicas que, normalmente, ya habían visto desfilar otras galerías de admiradores y pretendientes en anteriores hornadas de soldados.



Pero estas escenas han sido inmortalizadas, entre otras formas, por infinidad de tarjetas postales que se vendían profusamente en los quioscos de esos años. La llegada de los sesenta, con otros modos de trato entre los jóvenes, unida a la progresiva desaparición de acuartelamientos en muchas ciudades, hizo que desaparecieran estas curiosas estampas urbanas de chachas y soldados.

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